Obituario: Osvaldo Rubén Di Iorio (1959-2016)
Adriana Oliva Laboratorio de Entomología Forense, Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, Av. A. Gallardo 470, 1405 Buenos Aires,Argentina;
aoliva@macn.gov.ar N° 26 (2) 2015 Boletín de la Sociedad Entomológica Argentina 32
Están los que estudian Biología porque les gustó en la secundaria, y están los que estudian Biología porque es la carrera que permite trabajar con insectos. Todos sabemos lo difícil que es explicarles eso a… los que no son entomólogos. A Osvaldo le gustaban los insectos. En aquellos tiempos, se había formado un grupo bastante grande de interesados en los artrópodos. La mayoría de nosotros habíamos gravitado hacia el doctor Axel Bachmann gradualmente, a fuerza de buscar ayuda para determinar bichos. No sé si Osvaldo había terminado siquiera la primera asignatura de la carrera cuando cayó entre nosotros como una bomba, que era su manera. Ya por entonces su colección personal era considerable.
Osvaldo realizó su tesis de Licenciatura sobre las luciérnagas (Coleoptera: Lampyridae). Por mucho tiempo fue la única persona del ambiente que conocía realmente el tema. A continuación, se interesó por los taladros de la madera (Coleoptera: Cerambycidae), un tema que lo absorbió durante mucho tiempo y sobre el cual publicó mucho. Se ocupó en particular de los “cortapalos”, los cerambícidos que colocan sus huevos en brindillas a las que les han hecho un corte basal. Osvaldo realizaba crías de las que obtenía números increíbles de ejemplares: los que emegían el primer año, los del segundo, los del tercer año; los predadores, los cleptoparásitos…. Y no solamente las brindillas, que al fin y al cabo son pequeñas.
Creo que no he conocido a otra persona que regresara de una excursión por el interior trayéndose un tronco de árbol. Lo extraordinario es que los transportaba en el furgón del tren, sin pagar, luego de haber convencido al guarda. Siempre nos dejó un poco perplejos esa facilidad que tenía para hacer amigos en cualquier parte. En los últimos años, Osvaldo se había dedicado a los insectos que habitan nidos de aves. Como de costumbre, abrió una puerta a un mundo desconocido. Todos sabemos que los leñateros construyen grandes nidos, pero fue para mí una novedad enterarme de que hay aves que aprovechan los nidos abandonados. Va de suyo que la fauna varía según los ocupantes del nido. Entre los parásitos externos, los consumidores de excrementos y otros detritos, los simples refugiados y los que predan sobre todos ellos, es fácil imaginar la rica fauna que puede reunirse en esos pequeños ambientes. Osvaldo era un excelente naturalista de campo, familiarizado con la flora de diferentes regiones de la Argentina.
Le conocí colecciones de cactus, de morteros indígenas, de libros de Lovecraft y, por supuesto, de CD rock. Siguió a los Redonditos de Ricota durante sus primeros siete u ocho años, y se desvinculó del grupo con la queja: “¡Ya no nos conocemos todos!”. Personalmente, tuve una larga amistad con Osvaldo Di Iorio, la clase de relación en que yo le aconsejaba prudencia mientras él me explicaba por qué es mejor arremeter. No nos prestábamos mucha atención mutuamente sobre ese punto.
Fue Osvaldo el que me hizo llegar cierta vez a esta conclusión sociológica: un amigo es la persona que nos da la mitad de su chocolatín o a quien les damos la mitad de nuestro chocolatín. Era él quien prestaba una vida especial a nuestras excursiones por el Delta, dando alerta de los microambientes que escondían una rica fauna, como las inflorescencias de las palmeras pindó. Osvaldo tenía fama de pelearse con medio mundo, pero la verdad es que nunca soportó lo que a él le pareciera una injusticia. Era frontal, era directo, nunca se le achicó a nadie. Lo que menos imaginábamos era que el destino fuera a quitárnoslo a través de un estúpido accidente en casa.
Osvaldo Di Iorio - 1993 - Tres Estacas - Chaco N° 26 (2) 2015 Boletín de la Sociedad Entomológica A
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