domingo, 28 de marzo de 2021

Orbituario Osvaldo Ruben Di Iorio (1959- 2016)

 Obituario: Osvaldo Rubén Di Iorio (1959-2016) 

Adriana Oliva Laboratorio de Entomología Forense, Museo Argentino de Ciencias Naturales “Bernardino Rivadavia”, Av. A. Gallardo 470, 1405 Buenos Aires,Argentina; 

aoliva@macn.gov.ar N° 26 (2) 2015 Boletín de la Sociedad Entomológica Argentina 32


 Están los que estudian Biología porque les gustó en la secundaria, y están los que estudian Biología porque es la carrera que permite trabajar con insectos. Todos sabemos lo difícil que es explicarles eso a… los que no son entomólogos. A Osvaldo le gustaban los insectos. En aquellos tiempos, se había formado un grupo bastante grande de interesados en los artrópodos. La mayoría de nosotros habíamos gravitado hacia el doctor Axel Bachmann gradualmente, a fuerza de buscar ayuda para determinar bichos. No sé si Osvaldo había terminado siquiera la primera asignatura de la carrera cuando cayó entre nosotros como una bomba, que era su manera. Ya por entonces su colección personal era considerable. 

Osvaldo realizó su tesis de Licenciatura sobre las luciérnagas (Coleoptera: Lampyridae). Por mucho tiempo fue la única persona del ambiente que conocía realmente el tema. A continuación, se interesó por los taladros de la madera (Coleoptera: Cerambycidae), un tema que lo absorbió durante mucho tiempo y sobre el cual publicó mucho. Se ocupó en particular de los “cortapalos”, los cerambícidos que colocan sus huevos en brindillas a las que les han hecho un corte basal. Osvaldo realizaba crías de las que obtenía números increíbles de ejemplares: los que emegían el primer año, los del segundo, los del tercer año; los predadores, los cleptoparásitos…. Y no solamente las brindillas, que al fin y al cabo son pequeñas. 

Creo que no he conocido a otra persona que regresara de una excursión por el interior trayéndose un tronco de árbol. Lo extraordinario es que los transportaba en el furgón del tren, sin pagar, luego de haber convencido al guarda. Siempre nos dejó un poco perplejos esa facilidad que tenía para hacer amigos en cualquier parte. En los últimos años, Osvaldo se había dedicado a los insectos que habitan nidos de aves. Como de costumbre, abrió una puerta a un mundo desconocido. Todos sabemos que los leñateros construyen grandes nidos, pero fue para mí una novedad enterarme de que hay aves que aprovechan los nidos abandonados. Va de suyo que la fauna varía según los ocupantes del nido. Entre los parásitos externos, los consumidores de excrementos y otros detritos, los simples refugiados y los que predan sobre todos ellos, es fácil imaginar la rica fauna que puede reunirse en esos pequeños ambientes. Osvaldo era un excelente naturalista de campo, familiarizado con la flora de diferentes regiones de la Argentina. 

Le conocí colecciones de cactus, de morteros indígenas, de libros de Lovecraft y, por supuesto, de CD rock. Siguió a los Redonditos de Ricota durante sus primeros siete u ocho años, y se desvinculó del grupo con la queja: “¡Ya no nos conocemos todos!”. Personalmente, tuve una larga amistad con Osvaldo Di Iorio, la clase de relación en que yo le aconsejaba prudencia mientras él me explicaba por qué es mejor arremeter. No nos prestábamos mucha atención mutuamente sobre ese punto. 

Fue Osvaldo el que me hizo llegar cierta vez a esta conclusión sociológica: un amigo es la persona que nos da la mitad de su chocolatín o a quien les damos la mitad de nuestro chocolatín. Era él quien prestaba una vida especial a nuestras excursiones por el Delta, dando alerta de los microambientes que escondían una rica fauna, como las inflorescencias de las palmeras pindó. Osvaldo tenía fama de pelearse con medio mundo, pero la verdad es que nunca soportó lo que a él le pareciera una injusticia. Era frontal, era directo, nunca se le achicó a nadie. Lo que menos imaginábamos era que el destino fuera a quitárnoslo a través de un estúpido accidente en casa. 


Osvaldo Di Iorio - 1993 - Tres Estacas - Chaco N° 26 (2) 2015 Boletín de la Sociedad Entomológica A

Recuerdos necesarios

 

Recuerdos necesarios



por  Ariel Luis Gómez


Recorro desde hace más de 50 años las calles de mi barrio, Grand Bourg. La vuelta de

siempre, la rotonda la estación, esa vuelta al perro adolescente pero necesaria. Y no puedo dejar

de pasar por la calle Soler entre Chacabuco y San Lorenzo, la casa natal de Rubén, sí Rubén el

biólogo o el bichólogo como le decíamos en el barrio.

Lo conocí a fines de los 70’gracias a la academia de guitarra que tenía mi padre, don Luis

(párrafo aparte). Entre tantos alumnos y alumnas concurrían la hermana de Rubén y la que era en

aquella época su novia. Entre charlas me comentaban que él tenía discos de músicos “raros”, que

tenía plantas “raras”, que era todo raro en su vida. Eterno curioso cómo me defino no pude evitar

la necesidad de acercarme y así fue que su hermana me lo presentó, “un interesado en conocer la

discografía que disponía” ya que era inalcanzable para nosotros adolescentes de pueblo acceder a

ese tipo de música.

Osvaldo Rubén Di Iorio (1959-2016) se llamaba, era cinco años mayor, tenía 20 años

cuando me lo presentó su hermana. Flaco, alto, con ropas de fajina, borsegos, anteojos redondos

a lo Lennon, se parecía a Lennon, mirada firme y parco al hablar. Le comenté que era músico,

guitarrista clásico, folclórico, incursionando en el rock, cantante etc. Simplemente me observaba

como buen científico que era, me sentía de una especie de lo más común del barrio. Estábamos

sentados en el porche de la casa, me invitó a pasar a su pieza (parecía un mini laboratorio). Allí

empezó a desplegar su colección de vinilos, quedé atónito frente a nombres que sólo había

escuchado de refilón o apenas algún tema en alguna radio under, recordemos que eran casi los

80’. Tenía un Winco, lo enchufó, lo encendió, eligió uno de los discos, sonrió, no me mostró la

tapa y me dijo: -escuchá esto- y me rompió la cabeza! Smoke on the water, Deep Purple! Made

in Japan! ¡Lo tenía él! Sentí que no me sacaría nadie de esa pieza. Desde ese día cuanto espacio

de tiempo Rubén tuviera disponible le rogué que me dejara sentarme en su cama a escuchar

discos. La más variada colección de la época.

Pero, él tuvo una mejor idea. En el verano solía hacer viajes a los montes y zonas

selváticas de argentina buscando insectos. Ese verano iba a ir al Chaco, Villa Ángela, donde

vivía su abuela y su bisabuela conocida como “La Oma” que se popularizó en un tema folclórico.

Entonces Rubén me propuso que le cuide las arañas, víboras, ratas, el lagarto que dormía con él y

básicamente todos los bichos que tenía en la pecera. A cambio podía escuchar todos los discos a

discreción y leer revistas de artistas que él coleccionaba. Y así se reafirmó la amistad, sin ser

amigos de pub o recitales, con pocas palabras y simplemente acompañándonos de alguna forma.


Podría contar decenas de anécdotas sobre Rubén, historias que contaba su madre de

cuando iba al primario en el Evangélico hasta de cuando iba al secundario al San Martin de J.C.

Paz (si mal no recuerdo) que era el más bajo de la fila y verlo luego un lungo y un grande como

persona y profesional. Pero me quedo con las historias de la música, de sus noches en Villa

Adelina en el estudio del grupo MIA, las novedades del rock nacional e internacional. Con su

mirada aguda, su colección de mariposas que me explicaba con pasión donde las atrapó y la

clasificación “entomológica” (palabra muy rara para mí en esa época) que le daba, los

cascarudos y un sinfín de insectos que habitaban en su pieza y yo solo atinaba a sentarme en la

cama sobre el cubrecama tejido a crochet por su madre a escuchar vinilos.

Grand Bourg fue tu casa querido Rubén, de tus logros profesionales habla internet en

diferentes sitios, de mi sentimiento agradecido por haberme hecho participe de tu loco mundo

hablo yo. Nunca te fuiste (a pesar de que físicamente ya no…), estás ahí buscando el lagarto en

la carnicería de Bruno, sacando las plantas porque se metían a tu casa y hacían un bardo bárbaro,

estás bajando del tren, caminando por la avenida Grand Bourg despertando curiosidad con tu

aspecto de científico lunático.

Paso por la calle Soler y te veo, te recuerdo y te abrazo.

Gracias por tu amistad, necesario es que lo diga.