Hay un Spinetta borgeano, junguiano, niesztcheano, hasta foucoultiano y de varias lecturas más. Ya me había acercado a ‘Artaud’,
donde no olvido que conseguí un librito del poeta francés por la avenida
Corrientes, luego de salir de un recital de rock. Esa noche prolongada, porque
era como la una de la mañana, fuimos a la radio. Queríamos conocer (en el viejo
edificio de Maipú 555) nuestro programa de rock favorito. El locutor nos invitó a pasar y vio que andaba con un libro de Antonin
Artaud (era ‘El ombligo de los limbos’, en una edición rústica que nunca más
encontré). Él leyó con esa gola grave los poemas y hablamos de ‘Pescado rabioso’,
ese último álbum que hizo Luis Alberto Spinetta, ya separado su último grupo
(Carlos Cutaia, David Lebon, Black Amaya). Creo que lo que más me impresionaba
era que el flaco venía de esos súper- grupos pesados, y se largó en este disco
solista con tanta poesía y melodías. ‘Cantata
de los pueblos amarillos’ me sigue sonando en los oídos.
Después de muchos años caí que eran productos de sus lecturas. El Spinettta ‘borgeano’ lo descubrí y describí en un ensayito para gente de literatura (lectores muy obsesivos). El tema era ‘Los libros de la buena memoria’, donde hasta describe a nuestro mayor literato reconocido en el mundo: “se queda oyendo como un ciego frente al mar”. El ‘junguiano’ apareció con su grupo ‘Invisible’ (junto a Pomo y Machi, en batería y bajo respectivamente). Ensayaban en una quinta que había alquilado por Moreno, y allí estuvieron un mes, hasta que salió ese primer LP. Era por 1973. Solo menciono ‘La llave del mandala’.
Ese año jamás podría olvidarlo porque se juntaron varias cosas.
Fue el 21 de septiembre: había cumplido con el ritual del secundario, en la
fiesta de los estudiantes y de allí me iba a escuchar el Festival de rock que
se hacía en la cancha de Vélez. Iba de una quinta de Del Viso a Liniers, combinando trenes y
subtes. Ahí nos encontramos con mis amigos del barrio, que ya habíamos acordado
juntarnos. Tampoco puedo olvidar a un loco que gritaba subido a un mástil a
cada uno de los ‘rockers’ nacionales que aparecían. Estuvo Moris, y este ñato
le gritaba como un desesperado, - con el eco que repercutía por todo el
estadio- ¡Tócate El Oso!...Por eso momento vimos más debajo de las tribunas,
caminando en las gradas, a nuestro amigo Roberto, que iba con una chica (él era
el ‘ganador’ de la barra). Le gritábamos para que venga con nosotros como en
otros festivales que estábamos juntos, y solo miraba, sonreía y saludaba. Se
levantó con la chica y empezó a caminar, alejándose aún más abajo. No sé de
dónde salió el proyectil, o si fue ese que gritaba como un condenado subido
arriba del mástil, pero el naranjazo lo embocó en la cabeza en la parte de
atrás. Fue un emboque de más de 60 metros. Medio estadio colmado, que seguía
los acontecimientos, largó una carcajada al unísono, y Roberto solo hizo la
señal de la V, y seguía sonriendo.
En el medio de los cambios de los grupos que tocaban, aproveché para ingresar al campo de juego, donde estaba montado el escenario. Caminado tranquilo estaba el flaco. Fue la primera vez que lo veía, con esos zapatos con plataforma, un pantalón ‘patas de elefante’ y un saco celeste abrillantado. No tenía esa pose de ‘star’, así que hablamos sobre Artaud. Aquel poeta que pasó años en un manicomio y que se parecía tanto a nuestro poeta, que estuvo encerrado en el Borda (Jacobo Fijman). Como siempre más tarde leía cosas de Lacan y Pichón Riviere, citando su obra y hablando de la locura y el encierro en los hospitales psiquiátricos.
Cayendo la noche subió el trío Invisible:
interpretaron temas que no conocía y el lado b, del simple que promocionaban en
la radio de ‘Elementales leches’. Un
riff violento que sonaba y se repetía mientras las tribunas rugían: “Estado de coma…estado de coma”, cantaba
el flaco; años después el surrealismo de esa canción la encontré camino a la
Universidad Lomas, cuando fui docente.
Una parte dice: “Un avión salió a la calle…”, por la ventanilla del micro veía
un avión de Aerolíneas Argentinas, estacionado al lado de la ruta 4, cerca del
cruce del puente que va a Ezeiza.
Otro de los recitales que me vino a la memoria fue
cuando largaron el segundo álbum de Invisible, con un guitarrista agregado,
Tomas Gubitsch, que luego integró el Octeto de Astor Piazzolla. Spinetta era
nuestro Piazzolla del rock. Ese recital se hizo en un teatro de Capital. Lo más
cómico fue cuando el flaco (que estaba dejando las drogas) mientras preparaba
otro tema le gritan: ¡tocáte ‘Estoy hecho un demonio’! Se ‘paranoiquinisó’ y comenzó
por el micrófono, a largar una extensa perorata sobre una droga: el pentotal, y
cómo las habían utilizado los nazis. ‘Durazno
sangrando’ era el tema central, pero a mí- por ese tiempo- me seguía
gustando ‘Perdonado’ (Niño condenado)’,
que lo había escuchado en vivo en una canal de televisión.
Ya en otra etapa de su vida, comprando facturas, lo
encuentro por Del Viso. Era por aquellos tiempos en que estábamos trabajando
con unos grupos de teatro. Estaba viviendo en uno de los barrios cerrados sobre
la ruta 8, y creo que estaba en pareja con una conocida modelo y actriz.
Lamenté no tener alguna revista que editábamos o algún libro para dejarle. Otra
vez hablaba en forma simple y también figurada, como esa vez que lo encontré en
la cancha de Vélez, solo que esta vez llevaba lentes y teníamos más años encima.
Toda su lírica, ya tiene libros y algunos cursos que
analizan su obra. Lo más importante es que las nuevas generaciones puedan
seguir escuchando su música y sus letras. Se ha consagrado el ‘Día Nacional del
músico’ como un homenaje a Luis Alberto Spinetta, por el día de su nacimiento (23 de enero de 1950). Debo confesar que he seguido sus recitales hasta que
vino el ‘Golpe del 76’. Su obra de jazz- rock no la seguí tanto (pero la
escuchaba, hasta ese disco que hizo en inglés producido por un tenista famoso),
y me alegraba mucho la vuelta en democracia, que volviera a juntarse con otros
músicos, y siguiera produciendo. Solo no funcionó cuando se desató la guerra de egos con Charly Garcia, pero nos dejaron: 'Rezo por vos'. Un tiempo antes de su muerte juntó a la
mayoría de los músicos que pasaron por sus grupos y pudo hacer ese inmenso
recital (con ‘Las bandas eternas’) justamente en el estadio de Vélez.
A los 19 años había compuesto ‘Muchacha ojos de papel’ y ’A
estos hombres tristes’ (que aparecen en el primer disco de Almendra). Cantó con la negra Sosa: ‘Barro tal vez’, esa zamba que escribió a los 17 años. Cuando reunieron de nuevo a Almendra, los fui a ver en ‘Obras’; habían ensayado en una quinta
de Bella Vista, junto a Edelmiro Molinari, Rodolfo García y Emilio del Guercio,
su primera banda del barrio de Belgrano.
Carlos Liendro